Viernes, así que hay nuevo capítulo de Mastín, la novela que llevo escribiendo en directo casi un año. Por cierto, ya podéis comprar Galatea, mi novela de ciencia ficción, en Amazon por 2,99 euros entrando aquí.
CAPÍTULO 52:
Mal no llamó al timbre, se limitó a dar unos leves toques en la puerta. Daba igual lo suaves que fueran, a Martín no se le hubiera pasado por alto un simple roce de nudillos contra la madera barnizada. Llevaba media hora esperando su llegada.
Abrió con el corazón saltando en el pecho y repitiéndose que no había motivo objetivo para estar tan nervioso. Abrió y lo primero que vio fue su sonrisa, así que se agarró a ella para recuperar el control y no parecer un imbécil. Había pasado por casa para cambiarse, probablemente también para bajar a Trancos, que se apretaba contra su pierna. Llevaba unos shorts vaqueros, una vieja camiseta gris y la cara lavada. El chico ya sabía que con aquel calor no soportaba la capa de maquillaje que le obligaban a ponerse en el trabajo.
– He subido con Trancos. Llevo todo el día fuera y no quería que estuviese más tiempo solo. Espero que no importe –
– Claro, perfecto – dijo él haciéndose a un lado para que pasaran. Habían aprendido a saludarse de manera contenida, a encerrar mundos enteros tras un cruce de miradas, pero en cuanto Martín cerró la puerta desapareció el espacio entre sus cuerpos; sus bocas y sus manos se encontraron. Territorio conocido y al mismo tiempo peligroso. Durante un único y turbio instante el chico recordó otros labios, otra piel embriagando la suya en aquel mismo lugar, tras cerrar la puerta, no tantos meses atrás. Apartó el recuerdo de Manu que le había tomado al asalto casi al mismo que Mal se apartaba de él.
– Déjame que suelte el bolso. Y veamos qué cena me tienes preparada, que vengo muerta de hambre –
Cenaron en poco tiempo aquel desastre culinario que había improvisado. Mal no se quejó, parecía genuinamente encantada con la mesa puesta con vela reciclada, el yakisoba de sobre y el salmorejo de brick. También parecía cansada, incluso preocupada, aunque se esforzaba en ocultarlo. Martín no quiso preguntar por no estropear el momento. Probablemente fuera algo del trabajo, que sabía que cada vez la tenía más quemada. Cenaron mientras Trancos les observaba tumbado, todo un elegante Osiris. Logan dormía, ni siquiera se había levantado para saludar a Mal o para mendigar algo de comida. El calor y los años le tenían vencido.
Tras alimentarse, Martín condujo a Mal a la parte del mueble del salón en el que estaban las viejas películas en DVD que habían pertenecido a sus padres para que eligiera qué quería ver. Hacía años que no compraban ninguna, así que no se trataban precisamente de estrenos.
– ‘La jungla de cristal’, ‘Rocky’, ‘El gran halcón’, ‘Gallipolli’, ‘Sin perdón’, ‘Gattaca’, ‘Terminator’… – fue leyendo Mal los títulos de la balda superior.
– Son buenas pelis. Casi todas las compró mi padre porque decía que todas esas películas hay que verlas al menos una vez – Martín se sentó en el suelo a su lado – Mira, si quieres algo más tranquilo aquí está ‘Lady Halcón’, ‘La princesa prometida’, ‘Historias de Filadelfia’, ‘Terciopelo azul’… –
– La cinefilia nunca ha sido lo mío. Me parece bien casi cualquiera. Elige tú, sorpréndeme – La chica se levantó, seguida por el galgo negro, y sentó en el sofá, a la espera.
Martín miró las películas que tenían, rumiando cuál podría gustarle. Recorrió con el dedo la hilera de títulos puestas en vertical, hasta que dio con una que le pareció que podría ser perfecta. Extrajo la caja y se la enseñó a Mal.
– No la he visto, me parece bien –
Introdujo el DVD en la consola y la puso en marcha. Con las ventanas abiertas entraba bastante ruido de la calle, pero ni se planteó prescindir del poco aire fresco que entrase, así que subió el volumen y se sentó junto a Mal, que inmediatamente se descalzó para poder ovillarse a su lado. El chico la rodeó con su brazo, ajeno al calor, al ruido, a todo lo que no fuera la respiración sosegada de Mal contra su pecho, su peso contra su costado y la historia de amor que escondía aquel paciente desfigurado en plena guerra.
Pasó en la escena de la bañera. Mal detuvo el DVD y depositó la cabeza en su regazo, boca arriba.
– ¿Yo lo tengo? ¿Tengo mi propio Bósforo de Almasi? –
Estaba preciosa, mirándole divertida, con los labios entreabiertos. Martín deslizó el dedo por su cuello hasta llegar al pequeño hueco que formaba su garganta.
– No, tú tienes el Bósforo de Martín – El chico se inclinó para besarlo con delicadeza. Ella se giró, buscándole. Y entonces todo fue arrebatador, confuso, rápido. Sudor contra sudor, una mano experta que le guiaba, ropa que desaparecía. Las sensaciones le sobrepasaron y se rindió a ellas.
Pocos minutos más tarde, con la película aún congelada y el aliento ya recuperado, preguntándose si era cierto lo que había pasado o si lo había soñado, ella habló de nuevo con unos labios aún más llenos, exhibiendo una piel de terciopelo encendido.
– Ven Mastín –
Lo tomó de la mano para ponerlo en pie y conducirlo hasta su cuarto, a su cama de noventa centímetros de ancho. Para repetir sin prisas aquella magia que aún no dominaba y que les dejó exhaustos y pletóricos, abrazados el uno al otro.
– Puedes quedarte a dormir si quieres – susurró Martín en su oído, sabiendo que ella no tenía que trabajar ese sábado por la mañana, deseando que accediera a permanecer unas horas más a su lado.
– Mmmm – ronroneó ella sin abrir siquiera los ojos
***
Por la mañana les despertó, antes de lo que tenían previsto, el teléfono de Mal sonando a todo volumen. Martín se incorporó totalmente fuera de lugar, creyendo por un momento que todo lo vivido la noche anterior había sido un sueño, hasta que la vio allí, a su lado, su rostro aún marcado por el sueño y hablando con seriedad sobre ir inmediatamente a algún sitio.
– ¿Qué pasa? – preguntó en cuanto vio que ella colgaba el teléfono y se lanzaba al salón a buscar sus pantalones, sin pudor ninguno.
– Tenemos que irnos. La Policía ha localizado un criadero ilegal. Ya lo sabíamos, iba a ir a incautar los animales la semana que viene y teníamos que ir con ellos. Nosotros y otras tres protectoras para repartirnos los perros que tengan, pero por lo visto las cosas se han torcido y han tenido que hacerlo hoy, así que tenemos que salir pitando para allá –
– ¿Dónde es allá? – dijo Martín yendo tras ella, buscando también su ropa y sacudiéndose el sueño de encima a base de fuerza de voluntad.
– Bastante lejos, casi en Aranjuez. Laura y Miguel ya están de camino. Nosotros tendremos que espabilar, bajar a toda velocidad a Trancos y a Logan y desayunar por el camino, si es que tienes algo que podamos llevarnos a cuestas. De hecho, si te parece, yo bajo a los perros mientras tú terminas de apañarte y coger algo de comida. Dejo a Trancos en casa, me lavo los dientes, te subo a Logan y nos vamos pitando –
Así hicieron. Apenas se dio cuenta de que Ernesto entraba en aquel momento por el portal, equipado con el periódico y con una sonrisilla maliciosa.
***
Durante el trayecto no hablaron de lo sucedido aquella noche. Mal iba contándole que aquel tipo de operaciones no eran infrecuentes, que también pasaba a veces con personas que tenían el síndrome de Noé y acumulaban animales sin ton ni son, que probablemente no se podrían dar en adopción de momento, pero que no les faltarían novios por ser animales de razas de moda, que habría que extremar el cuidado para ver a quién se los daban, que casas de acogida sí que iban a necesitar.
Miguel y Laura estaban ya en la puerta hablando con dos mujeres de unos cincuenta años. No eran los únicos, otras cinco personas y un par de policías también estaban esperando a entrar. Había otros policías dentro del garaje del chalé, que por lo visto era dónde tenían ubicado el criadero.
– Ya creíamos que no llegabais – dijo Laura a modo de saludo.
– Esto no está precisamente cerca – protestó Mal, saludando a continuación a las dos mujeres con las que habían estado hablando y a algunas de las otras personas que había por ahí. Presentaron a Martín, pero el chico se quedó en un segundo plano, junto a Miguel.
Tenían que notárselo en la cara. Era imposible que no supieran solo con verle lo que había pasado durante la noche. Pero no, aparentemente aunque aquella mañana se sintiera como si sus cimientos se hubieran sacudido, nadie se percataba de nada.
Un policía joven, casi tan alto como Martín y exageradamente pelirrojo, les invitó a entrar a ver a los animales. Y ahí fue cuando Martín entró en un infierno cotidiano que casi le hizo olvidar lo que había ocurrido.
El lugar apestaba. A un lado y a otro del garaje se apilaban jaulas metálicas en las que había uno o varios perros, todos de razas pequeñas: chihuahuas, yorkshires y unos pobres animales con greñas blanquecinas y mugrientas que debían ser bichones malteses. Algunos ladraron, la mayoría se limitaron a mirarlos aterrorizados.
Martín recorrió aquel horror mientras oía frases sueltas a su alrededor: “mira las uñas, tienen las patas deformadas de las jaulas”, “creo que a ésta le han hecho una cesárea hace poco, y la han zurcido a puñetazos. Pobre animal”, “la marroncita está preñada. Y creo que ahí al fondo hay otra con dos cachorros”, “hay dieciséis. Eso han dicho”, “sí, es probable que haya algún perro robado”, “tenemos que ver cómo los dividimos”, “nosotros tenemos ya cuatro casas de acogida”, “sí, haz fotos. Han dicho que podemos”.
Se detuvo junto a una jaula en la que un chihuahua de color crema le observaba encogido, con el rabito entre las patas. Tenía algunas peladuras y los ojos llenos de legañas, parecía joven. El chico alargó la mano, con la palma hacia abajo y muy despacio. El animal se encogió aún más y se pegó a la parte trasera de la jaula, jaulas que ni siquiera serían dignas para tener gallinas. Solo verle dolía, partía el corazón. Entonces el dolor prendió y se convirtió en rabia, la vieja rabia conocida que le había hecho lanzarse a defender a Juan, que le hizo saltar la verja de la protectora y perseguir al monstruo que lanzó a los gatitos, que le impulsó a salvar el terraplén para llegar a la perra atrapada por el cepo sin saber cómo saldría con ella a cuestas. Pero allí no podía hacer nada con aquella rabia. No tenía a quién dirigirla. Solo podía tragársela e intentar digerirla.
Martín salió de allí asqueado, buscando aire fresco y cielos abiertos, casi llevándose por delante al policía pelirrojo. Encontró un árbol que daba cierta sombra y allí se apoyo, intentando serenarse. Ella no tardó en llegar.
– Es duro, ya lo sé. Yo estoy acostumbrada a ver muchas cosas, y aún así lo de hoy es tremendo – Mal apoyó la mano en su antebrazo y lo miró preocupada.
– Estoy bien, no me pasa nada. Es que de repente necesitaba matar a alguien y no era plan, no tenía al culpable a mano y además hay demasiada policía – intentó bromear.
– Sí, la impotencia es una putada. Sobre todo si piensas en lo poco que les va a pasar a los responsables de todo esto con las leyes que tenemos. Ojalá la gente abriera los ojos y se diera cuenta de que hay que adoptar, y de que si quieren comprar tienen que mover el culo y ver el lugar en el que está la madre para asegurarse de no estar fomentando esta mierda. Una de las perras que tenían criando era apenas una cachorra, la deben haber preñado en su primer celo. Hay otra a la que han practicado una cesárea a lo bonzo. Tienen los papeles falsificados y seguro que algunos de los perros son robados. Ninguno de esos animales ha salido de las jaulas en mucho tiempo – Mal suspiró y se apoyó en el árbol junto a él – Podría seguir un buen rato contando barbaridades y los hijos de puta que lo han hecho no lo van a pagar, no como merecen, estoy convencida –
Estaban uno junto al otro. Martín acarició sin apenas moverse la mano de Mal, que estaba apoyada en el tronco junto a la suya. Nadie podía verlo. Lo hizo para consolarla y para consolarse, para abandonar del todo la rabia roja que aún sentía bullir.
– Tal vez esta noche podamos terminar de ver la película – dijo él al fin.
– Claro, aunque me da de que no va a ser de las que acaben bien – apuntó ella interrogándole con la mirada. Martín negó con la cabeza, confirmando su impresión.
– Había imaginado algo así. Tal vez tengamos que buscar otra película. Me apetecen los finales felices. Tampoco está tan mal que para nosotros acabe con ellos en la bañera –
Martín sonrió.
– Vale, será nuestro final –
Mal suspiró y se separó del árbol. Cuadró la mandíbula y señaló al garaje.
– Voy a volver, tenemos que organizar cómo nos repartimos los perros y luego ver cómo atendemos y ubicamos a los que nos toquen. Tú quédate aquí si quieres –
El chico negó con la cabeza y echó a andar a su lado, lamentando no poder hacer algo tan inocente como cogerla de la mano.
María es una mestiza de cocker de cuatro años, es un perrita dulce, cariñosa y tranquila. Se lleva genial con otros perritos, es compatible con gatos y adora a los niños. Pasea bien con correa y va bien en el coche.
Está en Cádiz, pero se envía a otras provincias.
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