Mi regalo de reyes tardío: un nuevo capítulo de Mastín, la novela que llevo escribiendo en directo casi un año.
CAPÍTULO 51:
– Si necesitas cualquier cosa, me llamas. Estaré pendiente del móvil, de no quedarme sin batería ni nada de eso, pero por si acaso quiero que metas en la agenda el teléfono de David y el fijo del hotel. Te paso los dos por whatsapp antes de irme –
– No te preocupes, que es solo un fin de semana. No voy a molestarte en tus minivacaciones, que ya sé que las semanas en el piso de la abuela no son vacaciones del todo para ti – Martín se tumbó con las manos cruzadas bajo la nuca en la cama en la que había estado sentado, viendo a su madre terminar de meter ropa en su pequeña maleta azul.
– No me vas a molestar, que tampoco me voy a un monasterio con voto de silencio. Vamos a hacer algo de senderismo, visitar algún pueblo, comer bien y aprovechar la piscina del hotel, que tiene una pinta estupenda –
Martín calló, pero pensó que no era lo único que iba a hacer su madre con su compañero de trabajo, o con su novio, ¡con lo que demonios fuese!, en aquel hotel. Racionalmente lo tenía más que asumido, pero en muchos otros planos seguía tocándole los huevos. Decidió pensar en cualquier otra cosa. Mejor aún, en nada. Pronto vio que el techo tenía varias pequeñas grietas y había una mancha en una esquina de la pared de tono amarillento. El dormitorio de sus padres necesitaba una buena mano de pintura. Para él siempre sería el dormitorio de sus padres. A saber lo que habría visto ese techo. A ver… que no es que quisiera imaginar a sus padres en ese plan, pero estaba claro que lo habrían hecho sobre esa misma cama con frecuencia y no sólo la vez que justificaría su existencia. Martín decidió que huir de una imagen mental incómoda no le había conducido precisamente a otra mejor. Se puso en pie.
– Te has quedado muy callado. ¿En qué piensas? – preguntó su madre mirándole con una ceja arqueada.
– Nada, en cuándo sería la última vez que pintaste este cuarto. No le vendría mal otra manita –
– Justo después del accidente. Me animaron a hacerlo. No sé bien porqué, me dejé convencer. Entonces no hacía falta, pero en aquellos días no estaba en mi mejor momento para tomar decisiones. Luego me he ido dado cuenta de que mucha gente suele pintar la casa justo después de que muera alguien. O al menos el dormitorio – su madre miro el techo y las paredes – tienes razón, no le vendría mal, pero me da pereza, tanto el dinero que cuesta como el lío que se monta –
Martín fue a la cocina buscando algo fresco para beber, dejando a su madre terminar de prepararse. La nevera estaba hasta arriba de comida, incluyendo tuppers como para sobrevivir a una hecatombe zombie durante una semana sin tener que cocinar. Había intentado convencer a su madre de que no se complicase la vida, que si niños de nueve años podían hacer un solomillo Wellington en masterchef junior, bien podía él hacerse pasta y freírse cosas, pero había resultado imposible. “Cállate, es la primera vez que te dejo solo en casa y sigues siendo mi niño pequeño”, había dicho dándole un abrazo en el sofá que le había hecho incómodamente consciente de que para ella aquello sería siempre una realidad inmutable.
Cuando oyó a Anastasia cantar brevemente desde el móvil de su madre, supo que había llegado el momento de la despedida y se dirigió a la puerta.
– Mamá, tendrías que quitarse esa canción del móvil. Ya no se lleva tener música como tono de llamada – la chinchó en broma.
– Anda, ven a darme un achuchón y a prometerme otra vez que te portarás bien – dijo ella ignorando su recomendación, como siempre.
– No, te bajo yo la maleta y nos despedimos abajo –
– No te preocupes, no pesa nada, tiene ruedas y tenemos ascensor –
– Insisto – dijo él cogiendo la correa de Logan, que rondaba la puerta con la esperanza de estirar las patas. Realmente no le apetecía nada bajar y ver a David, por buen tío que fuese, no había química entre ellos; pero al viejo pitbull le venía bien bajar. Había visto algunas gotitas de pis en el pasillo.
David estaba aparcado en el vado de un local cercano que casi nunca utilizaban. Al ver que se acercaban, bajó de su Audi A4, que era al menos tan viejo como Logan, para coger la maleta y soltarla en el maletero, junto a otra maleta de similar tamaño. Sobraba espacio por todas partes.
– Pásalo bien – se limitó Martín a decir a su madre mientras la besaba. Luego aguantó la palmadita que David le dio en el hombro y le devolvió la sonrisa.
– No la líes muy gorda tío, que recuerdo bien lo que era tener tu edad y tener el piso para mí en verano –
Martín rió con las ganas justas, se despidió con la mano y dio media vuelta, dejándoles entrar en el coche y ponerse en marcha, sabiendo que se darían un pico en cuanto no les estuviera mirando.
Sí, tenía que reconocer que no era mal tipo. También que a su madre se le había iluminado la cara cuando había visto su rostro barbudo, pero no podía con las palmaditas, con lo de que le llamara “tío”, con sus intentos constantes por ganárselo, con que fuese siempre un experto en todo… Se esforzaba demasiado.
Apenas había cruzado de nuevo el portal cuando notó que el móvil vibraba. Era su madre, guardó en memoria los dos números de teléfono que le había mandado y le envió una carita con un beso y el pulgar hacia arriba; luego buscó el nombre de Mal y escribió: “Solo en casa. Te propongo plan novedoso: cenar y a ver una película en el sofá”.
La respuesta no tardó en llegar: “¿Novedoso? Eso ya lo hemos hecho varias veces”.
“Pero nunca en mi salón”, contestó él.
Esta vez el silenció duró varios minutos. Martín quiso creer que se debía a que alguna clienta estaba preguntando por una talla o que estaba cobrando las compras de otra, tal vez a que su jefa andaba cerca: no les gustaba que las empleadas anduvieran mirando sus móviles mientras estaban trabajando. Quiso creer que era por alguno de esos motivos o por cualquier otro que no fuera que se estaba pensando si le apetecía.
“Ok Mastín, a las 23 estaré allí. Este horario es una mierda”.
Quedaban seis horas. De repente estaba realmente nervioso.
***
Seis horas reales se habían convertido para él en doce. Demasiado tiempo por delante. Había recorrido la casa impaciente, como un tigre enjaulado, buscando en qué entretenerse y sin ser capaz de concentrarse en nada. Ni la televisión, ni el libro de Pratchett que andaba leyendo, ni la consola, ni Internet, ni comer… El calor que tenía al pobre Logan tumbado sobre las frescas losetas de la cocina no ayudaba, es cierto. Pero al mismo tiempo el calor era lo de menos.
Era absurdo. Habían estado solos en casa de Mal constantemente. De hecho era su refugio, el único sitio en el que se permitían hablar y obrar con libertad. Pero por el motivo que fuese, el hecho de que aquella noche hubieran trasladado el escenario a su casa le tenía atacado. Tal vez no fuese el cambio de lugar, sino la decisión soterrada de avanzar en su relación de alguna manera que había adoptado en casa de Juan.
Seguía faltando una justificación. Por mucho que quisiera que lo suyo avanzase, no tenía nada decidido al respecto. No había pensado en ninguna línea de actuación, en qué decir o hacer. Nada.
Cuando eran ya las diez decidió que al menos podría preparar la cena y hacer algo útil, aprovechando esa nevera repleta que tenía. Así podría ponerse a cenar con Mal según llegase. No podían ser las fantásticas croquetas de su madre, que tenían trocitos del jamón del cocido. Ella no comía carne. Eso descartaba también los tuppers con el salmón y el pollo guisado. Siguió mirando a ver si le venía la inspiración.
– No se está mal aquí, frente a la nevera abierta – dijo dirigiéndose a Logan, que había interrumpido su sueño para acercarse por si caía algo comestible del cielo.
Había salmorejo de brick, que le gustaba a su madre, eso podrían aprovecharlo, pero tendría que haber algo más. Podía hacer una ensalada, que picar tomate y cortar lechuga era fácil, pero algo le decía que salmorejo y ensalada no era plan. Hacía falta algo más consistente. Rebuscó por los cajones y encontró un sobre olvidado de unos fideos japoneses que únicamente había que cocer con un poco de agua. A saber cuándo había comprado eso su madre, que no era muy amiga de precocinados. Ponía que eran dos raciones y se sentía capacitado para llevarlo a buen puerto, así que comprobó que no estuvieran caducados y los dejó en la encimera junto con el cazo con agua. Salmorejo y Yakisoba, cocina fusión como la de Dabid Muñoz. Ponía que se tardaba apenas cinco minutos, y volcar el salmorejo en cuencos era cuestión de segundos. Poner la mesa bonita podían ser otros cinco. Su plan de cocinar para matar el tiempo hacía aguas por todas partes.
Tal vez su madre no estaba tan equivocada al llenarle la nevera de comida.
Puso la mesa lo mejor que supo, incluyendo una vela que había encontrado olvidada en un cajón, colocó el salmorejo en dos copas como había hecho su madre una vez que tuvieron visita y decidió que no aguantaba ni un segundo más esperando en aquella casa y que prefería esperar a que llegase en la calle con Logan.
Cogió la correa y bajó, rezando por que hiciera más fresco en la calle que en su salón.
Alhambra es una cruce de beagle de nueve años, que ha sido usada para parir. Sola tiene solo cuatro años y ha pasado gran parte de su vida encerrada. Ambas necesitan con urgencia acogida o adopción.
La asociación que lo gestiona opera en Madrid y Guadalajara.
Contacto: acogidas@apamag.org