Hoy es uno de esos días que voy a ceder este espacio a otros. Hoy es la protectora Pelusas la que os va a contar la historia de Magoo, un ejemplo perfecto de que no hay que tirar la toalla, de que un perro que puede parecer irrecuperable, que tiene poco que ofrecer, en realidad encierra un mundo que ofrecer. Una muestra magnífica de que ellos sí que saben aprovechar las segundas oportunidades.
Todas las historias, siempre, tienen mil formas de ser contadas. Cuando nosotros pensamos en cómo presentar el trabajo que hacemos en la Protectora Pelusas se nos ocurrían innumerables opciones, pero ninguna como hacerlo a través de la vida y los ojos de uno de nuestros Pelusos: Magoo.
Nuestro protagonista de hoy, como tantos otros, tuvo la mala fortuna de comenzar sus días junto a un mal cazador. Con problemas personales y a veces poca humanidad, el blanco de sus dificultades era nuestro pequeño Magoo. Tenía a su pobre cachorro encerrado y en malas condiciones, tratándolo mal pese a todos los intentos que él hacía para agradarle. Hasta el punto de que su propio hijo decidió llevarse al perro de allí.
Pero por desgracia el periplo de Magoo solo había comenzado. Aunque la intención al recogerlo era buena, tenía que convivir con otros perros y él, después de tanto tiempo solo, no sabía relacionarse bien. Los otros perros no le aceptaron bien y Magoo, todavía muy joven y asustado, llegó a dejar que le comieran las orejas. Así que necesitó que buscaran otra casa más segura.
Decidieron darlo a otra persona que iba a cuidar de él; o eso dijo. Pero cuando su otro perro murió, nuestro protagonista se vio de nuevo sólo, sin cuidados, sin nadie que le diera el cariño que necesitaba. El mismo joven que lo rescató anteriormente, cuando se enteró fue a recogerlo y le buscó un nuevo hogar. Esta vez era un terreno atendido por un abuelo que subía todos los días a cuidarle. Magoo tendía a escaparse, iba a buscar a su rescatador y desconfiaba de los demás, así que acabó atado. Pero, una vez más, el dueño tuvo problemas y se trasladó a otra localidad, por lo que Magoo se quedó solo, en la calle. Su rescatador quería hacerse cargo de él pero sus perros no lo aceptaban, así que durante un tiempo, Magoo vivió en la calle, cerca de su casa, porque sabía que allí por lo menos se preocupaban por él.
Pero sus malos días estaban llegando a su fin y como en cualquier película que se precie, tenía que suceder en Navidad. Había llegado el invierno y Magoo no podía estar a la intemperie, así que decidieron buscarle una casa definitiva en otro lugar. Por fin llegó donde su vida iba a cambiar y ese día sólo podía ser en Nochebuena.
Cuando llegó a la protectora en Cuarte, era todo piel, huesos y unos grandes y tristes ojos que pedían auxilio y perdón por vivir. Tenía miedo de cualquier cosa que se moviera, sobretodo de los hombres, esos hombres que tanto daño le habían hecho a lo largo de su vida.
En la clínica veterinaria pasó sus primeros días. Necesitaba recuperarse y coger peso, y sobretodo, empezar a confiar en alguien, aunque al principio solo fueran mujeres. Más tarde dio un paso más, se trasladó a nuestro refugio, allí podía convivir con otros perros y seguía recibiendo el cariño que tanto necesitaba.
Pero Magoo ya no se fiaba y en cuanto pudo, se escapó. El miedo que tenía hacia la gente hacía imposible acercarse a él y cuando intentaron recogerlo huyó hacia el monte, dejando desesperados a aquellos que tantas ganas tenían de ayudarle. Varios días después, mientras nuestra vete Inma paseaba junto a los demás pelusos por el campo el apareció, se pegó a ella, a quien ya conocía. Ese día todos lloraron al tener de nuevo Magoo. No fue la única vez que su miedo le hizo huir, pero volvía donde sabía que no le iban a hacer daño.
Magoo es especial y necesitaba estar con alguien especial: apareció Marta. Ellos no lo sabían aún, pero ambos iban a cambiar la vida del otro. Marta es terapeuta, nadie mejor para comprender los miedos de un ser único como Magoo. Decidió introducirlo en uno de sus grupos de terapia con niños para comenzar a aliviar sus miedos y, como no, los niños aprendieron de Magoo y él de esos niños que tanta atención le prestaban.
Actualmente es Magoo el que se dedica a ayudar a los demás, es un perro de terapia, de soporte emocional. Acompaña a Marta en sus sesiones y ayuda a las personas a abrirse, a relajarse, a aprender a relacionarse con los demás. Trabaja con niños ayudándoles a mejorar sus psicomotricidad, ayudándoles a fomentar sus habilidades sociales, mejorando su autoestima y sus problemas de atención.
Y es que como alguien resumió muy bien: “Él te mira con esos ojos, sabes que no te va a juzgar, puedes abrirte a él como no lo harías con nadie”. Esos ojos que antes transmitían miedo ahora irradian paz, son capaces de sacar la sonrisa de cualquiera sobre quien se posen y atraen las caricias de personas que nunca hubieran tocado a un perro.
Mientras pensábamos como escribir este artículo la cabeza de Magoo reposaba dormida sobre mis pies, los pies de un hombre.
Todos los perros que aparecen ilustrando este post están en esa misma protectora esperando su segunda oportunidad.
Contacto para su adopción en el Facebook de la protectora.