Me lo he encontrado con frecuencia. En la totalidad de los casos con perros. No digo que no pase igual con gatos, pero yo no me he topado con ello. Tal vez simplemente porque el no salir a pasear con ellos a la calle no propicia estos encuentros casuales. No lo sé.
Son personas a las que claramente les gustan los perros, que se paran a acariciar a las mías y me dicen, tanto a mí como a ellos mismos, que tuvieron un perro, que lo quisieron mucho, pero que lo pasaron tan mal cuando murió que no se plantean tener otro.
A veces me lo cuentan con el perro aún presente mientras saluda a las mías a golpes de rabo. “Ya está muy mayor, cualquier día nos da un susto, pero no tendré más perros”.
Un buen amigo compartió su vida con una perrita diminuta durante casi dos décadas, una ratonerilla con la que tenía una relación especial. Compartimos largos paseos y tenía claro que no habría otro perro. “Ella es mi perra y no creo que pueda sentir a otra como mía”. Cumplió su sentencia, pero su amor por los animales le empujó a tener dos gatos. Una forma de moverse hacia delante, de no quedarse encasquillado en el amor y el dolor.
Pero muchos no se mueven. Muchos siguen mirando a los perros que se encuentran por la calle, acariciando brevemente animales ajenos y recordando al que fue suyo sin atreverse a abrir su corazón a otro perro.
Se trata de una mezcla entre querer respetar la memoria del animal que se fue, sentir que se le traiciona si se acoge a otro en la familia y no querer sufrir tanto de nuevo.
Lo comprendo y respeto. Faltaría más. Pero yo no quiero vivir en un duelo sordo toda mi vida, no quiero que el miedo a perder de nuevo guíe mis pasos, no quiero negarle a otro animal la oportunidad de conquistarme, más aún sabiendo que ese animal está en el chenil de una protectora deseando entregar su devoción al humano que lo saque de ahí.
Desde el primer momento que invitamos a formar parte de nuestra familia a un animal deberíamos saber que sus vidas son más breves, que se irán. Deberíamos saber que habrá un peaje ineludible.
Yo estoy dispuesta a pagarlo tantas veces como sea necesario.
Cuando mi anterior perra murió, tan solo una semana después estaba acudiendo a la protectora a adoptar a Troya. Fui muy rápida, lo sé. Cada uno tenemos nuestros plazos. Yo no pretendía sustituir a Mina, sabía que no podría hacerlo. También sabía que no la estaba traicionando en absoluto al adoptar de nuevo. Y así recuperé mis rutinas, los paseos diarios, el alimentar, el cuidar, el verme asaltada por la felicidad en forma de can al abrir la puerta.
Puede que al principio sea extraño tener a un perro diferente, con otra personalidad, otros gustos, ocupando el espacio de aquel que tanto nos marcó. Puede que al principio nos cueste sentirlo nuestro perro. Será así durante poco tiempo, os lo aseguro.
Es cierto que si compartes tu vida con perros siempre encontrarás algunos que serán más especiales en tu memoria que otros, pero no pasa nada. Atesora la memoria de ese animal que tanto te marcó y disfruta del que ahora tienes, que también es especial y único y te lo demostrará si le das la oportunidad.
Titi es dulce, tranquila y cariñosa. Apenas pesa seis kilos y medio y está esperando un hogar en el albergue de Amigos del Perro en Langreo, Asturias.
Contacto: 619370991 adopciones@amigosdelperro.org
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